El dólar sigue “estable”, pero sólo en apariencia. Detrás de esa calma frágil, el Gobierno está fundiendo su caja en un intento desesperado por contener la corrida cambiaria. En los últimos días, el Tesoro vendió más de USD 250 millones diarios para mantener al tipo de cambio mayorista a raya, un esfuerzo que ya agotó casi todos los dólares que habían entrado por la liquidación del campo.
Según datos del mercado, ya se usaron entre 1.400 y 1.600 millones de los 2.100 millones obtenidos tras la flexibilización de retenciones. Quedan apenas unos 700 millones, y a este ritmo, podrían esfumarse antes del fin de semana. Esto fue advertido hoy por Pablo Duggan, en su programa radial:
“Hay un gran silencio sobre la economía, pero la corrida sigue”.
Duggan no exagera. Mientras el Gobierno finge serenidad, los dólares del Tesoro se están acabando. Y cuando eso ocurra —porque va a ocurrir— el único recurso que quedará será usar las reservas del Banco Central, las mismas que, según recuerdan en el propio oficialismo, pertenecen al FMI.
“No le quedan muchos dólares al Tesoro para mantener el dólar estable”, alertó Duggan. “Esta semana se acaban, y ahí tienen que usar los del Central, pero son del Fondo esos”.
En otras palabras, el Ejecutivo está a punto de empezar a quemar dinero prestado para sostener una ficción cambiaria. Todo mientras la inflación acelera, las tasas se recalientan y los inversores se refugian en activos dolarizados, temiendo un desenlace abrupto.
En el mercado financiero ya lo admiten en voz baja: el Gobierno no tiene más margen. Sin reservas genuinas y con los dólares del campo prácticamente agotados, la estabilidad cambiaria pende de un hilo tan delgado como político. Porque en este contexto, una crisis del dólar sería también una crisis de poder.
Si algo queda claro, es que el tiempo del relato se terminó. El “superávit”, el “ajuste virtuoso” y las promesas de estabilidad son apenas ruido de fondo frente a una economía que late al borde del infarto. Milei podrá gritar “¡viva la libertad!” todo lo que quiera, pero la libertad de mercado ya le está pasando factura.
